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Saying Goodbye

I hate saying goodbye. I’ve never been very good at it, and it’s no easier here. Our despedida was wonderful, but I felt emotional looking out on that crowd of people that I had become so close to. It’s incredible to think that before coming here I was so scared of what would happen during my time here. That’s the difficult part about being young–you can almost feel how much you’re going to change before some experiences, and so you feel scared. It’s like looking over a ledge, but it’s too foggy to see what lies at the bottom. You have to take the jump; there’s nowhere else to go. 

           To celebrate one of our group member’s birthdays, we went to the house of his host family and participated in some celebratory karaoke. I know the lyrics to these songs now, and I can show up to someone’s house and make conversation with their family without leaning on another English speaker. I think one of the strongest things that binds people together is the ability to celebrate together. If I were to give advice to people going abroad, it would be to learn the way in which the people in that country celebrate. Learn the songs, learn the dances. To be happy in the same way, to share that moment is what makes other people happy. The most powerful thing you can do is share joy, even if you can’t communicate the intricacies of it. 

           I can’t help but think of some moments of pure joy that have occurred for me–sandwiched between my friends on a small picnic blanket at the top of a mountain, laughing about nothing. Running straight into the waves of the beach and floating weightless under the water for just a moment. Walking straight through streams that came up to our knees, in awe at the towering mountains that came up before us. The surprise of seeing a sloth for the first time and realizing that they’re greener than you thought they would be. Sitting under the sun by the pool with my host family, buying little kabobs from the man who sets up next to the supermarket on Fridays. The purest joy, though, even though it hurts, is missing people. As I start to say goodbye one by one, I’ve come to realize something. 

           How wonderful it is, to have become close enough to people around you to know that you will miss them when you go away. It’s a privilege to experience that affection and care. It’s a privilege to care about people enough that you’ll note their absence in your life. As we grow up, we tend to say goodbye to people more often. That’s the nature of adulthood. But goodbye’s can be a gift, reminding us of what’s really important in our lives. Goodbye’s wouldn’t be so hard if they were to people we didn’t care about. There are many moments I’ll treasure, many people I want to keep up with. The foggy peaks of Perez are a special place–even more so when the sky is a pale blue, the clouds painted a little pink with the start of the sunset. I think part of my heart is going to stay here, somewhere in the mountains. 

           I’m so glad to have undergone this experience, to have risked taking the jump into the unknown. If I hadn’t gone through that fear of leaving home, I would’ve never been able to find so many people I treasured in a town in Costa Rica, or experienced so many beautiful moments with those same people. And one sentiment comes up again and again: if you ever come back, know you have a home here. What a privilege, to have more than one home to come back to. 

 

Diciendo Adiós

 

Odio decir adiós. Nunca he sido muy buena en eso y aquí no es más fácil. Nuestra despedida fue maravillosa, pero me emocioné al contemplar esa multitud de personas a las que me había vuelto tan cercana. Es increíble pensar que antes de venir aquí tenía tanto miedo de lo que pasaría durante mi estancia aquí. Esa es la parte difícil de ser joven: casi puedes sentir cuánto vas a cambiar antes de algunas experiencias, y no queda más que sentir miedo. Es como contemplar hacia adelante, pero hay demasiada neblina para ver lo que te espera. Tienes que dar el salto; no hay nada más que hacer. 

           Para celebrar el cumpleaños de uno de los miembros de nuestro grupo, fuimos a la casa de su familia anfitriona y participamos en un karaoke de celebración. Ahora me sé la letra de estas canciones y puedo presentarme en la casa de alguien y conversar con su familia sin depender de otro hablante de inglés. Creo que una de las cosas más fuertes que une a las personas es la capacidad de celebrar juntos. Si tuviera que dar un consejo a la gente que está por hacer un intercambio, sería que aprendan la forma en que celebra la gente de ese país. Aprendete las canciones, aprendete los bailes. Ser feliz de su misma manera, compartir esos momentos que le brindan alegría a otras personas. Lo más poderoso que puedes hacer es compartir la alegría, incluso si no puedes comunicar sus complejidades.

           No puedo evitar pensar en algunos momentos de pura alegría que me han ocurrido: entre estar con mis amigos en una pequeña manta de picnic en la cima de una montaña, riéndome de nada. Correr directo hacia las olas de la playa y flotar bajo el agua por un momento. Caminando directamente a través de arroyos que nos llegaban hasta las rodillas, asombrados por las imponentes montañas que se alzaban ante nosotros. La sorpresa de ver un perezoso por primera vez y darte cuenta de que es más verde de lo que pensabas. Sentada bajo el sol junto a la piscina con mi familia anfitriona, comprándole pequeños kabobs al hombre que se instala al lado del supermercado los viernes. La alegría más pura, aunque duela, es extrañar a las personas. Cuando empiezo a despedirme uno por uno, me doy cuenta de algo.

           Qué maravilloso es haberse acercado lo suficiente a las personas que te rodean, como para saber que las extrañarás cuando te vayas. Es un privilegio experimentar ese cariño y cuidado. Es un privilegio preocuparse por las personas lo suficiente como para notar su ausencia en su vida. A medida que crecemos, tendemos a despedirnos de las personas con más frecuencia. Esa es la naturaleza de la edad adulta. Pero las despedidas pueden ser un regalo que nos recuerda lo que es realmente importante en nuestras vidas. Las despedidas no serían tan difíciles si fueran para personas que no nos importan. Hay muchos momentos que atesoraré, muchas personas con las que quiero estar al día. Los picos de Pérez son un lugar especial, más aún cuando el cielo es de un azul pálido y las nubes se tiñen un poco de rosa con el comienzo del atardecer. Creo que parte de mi corazón se va a quedar aquí, en algún lugar de la montaña.

           Estoy muy contenta de haber vivido esta experiencia, de haberme arriesgado a dar el salto hacia lo desconocido. Si no hubiera pasado por ese miedo de salir de casa, nunca hubiera podido encontrar tantas personas que atesoro en un pueblo de Costa Rica, ni hubiera vivido tantos momentos hermosos con esas mismas personas. Y un sentimiento surge una y otra vez: si alguna vez regresas, debes saber que tienes un hogar aquí. Qué privilegio tener más de un hogar al que volver.

—Narges

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