Un Día en la Playa
Now that the wet season has been over for a while, I would say that I have been going to the beach pretty often. Every beach here in Costa Rica has its own uniqueness – some have stronger waves, some have white sand, some have more rocks…The best thing about the beaches here is that since there are many and each of them are relatively large in size, it is never really packed with people. They are all about an hour away on average. The perfect travel distance – not too close that I become jaded to the experience by taking it for granted and not too far that I could rarely go.
After deleting social media at the beginning of the year, I have been longing to go somewhere with nature. On the second weekend of January, my mom, my mom’s friend and I went to the Rocas de Amancio. All the beaches lie on the same road and so every time I map out our route in my head before passing through, I set up the anticipation myself. First, the restaurant on top of the mountain with an ineffable view. Then, the church and cute little shops where they sell beach mats and hammocks. Then, the fallen airplane which actually is a restaurant. Finally, “the” road which is always sunny. That day, after 10 minutes along on the road, we finally arrived.
We walked down and placed our bags on this fresh lawn. The lawn is surrounded by coconut palm trees so we had shade, but of course, we had to avoid the spots where the coconuts were above us. My host mom then brought me around the area. To the left, was Dominicalito. And in front of us, were the rocks which oversee the Pacific ocean. That day was a cycle of the same routine: I was reading and when I got too hot, I would go to the pool of water and literally just float. Then, go back to my mat, listen to some music, meditate, eat or read some more and repeat. I love it when the waves are not strong because I don’t have to worry about drowning myself. Again, the best thing was that there was basically no one aside from us three. Some people walked past us from Dominicalito, but that was it.
I still think about the beauty of the silence in nature that day. I close my eyes, I hear the salt water slowly glide through the big stones. Crescendoing and decrescendoing. I feel the light breeze skim through my skin. I hear from afar siblings running around, chasing each other. I meet the bright orangey-red sun rays with my eyes. I see the high tides clash with the enormous rocks. I look at the crabs meddling through the small stones. I stare into the clear blue sky thinking about how I never want to leave this place. I think about the stepping stones in my life and how I ended up on this stunning beach.
It was 4:30 already so I went back to the lawn and had a quick snack. I took my speaker with me and walked to where the rocks were. I was jamming to my happy playlist alone whilst enjoying the seascape in front of me. Half an hour later, my mom’s friend and her joined me to watch the sunset. Never have I ever watched a sunset in such peace and silence.
Back at home, I never had opportunities like these for many reasons. That day taught me the simplest and rawest thing in life brings me the most happiness. I need to take regular steps back from all the disarray that is preventing you from living in the moment.
Un Día en la Playa
Ahora que la temporada de lluvias ha terminado por un tiempo, yo diría que he estado yendo a la playa con bastante frecuencia. Cada playa aquí en Costa Rica tiene su propia singularidad – algunas tienen olas más fuertes, algunas tienen arena blanca, algunas tienen más rocas .. Lo mejor de las playas de aquí es que, ya que hay muchas y cada una de ellas es relativamente grande, nunca están realmente llenas de gente. Todas están más o menos a una hora de distancia. La distancia de viaje perfecta: no demasiado cerca como para que me canse de la experiencia dándola por sentada y no demasiado lejos como para no poder visitar casi nunca.
Después de borrar mis redes sociales a principios de año, he estado deseando ir a algún lugar con naturaleza. El segundo fin de semana de enero, mi madre, una amiga de mi madre y yo fuimos a las Rocas de Amancio. Todas las playas se encuentran en la misma carretera, así que cada vez que trazo nuestra ruta en mi cabeza antes de pasar por allí, yo misma preparo la anticipación. Primero, el restaurante en lo alto de la montaña con una vista inefable. Después, la iglesia y las bonitas tienditas donde venden accesorios de playa y hamacas. Luego, el avión caído que en realidad es un restaurante. Por último, “la” carretera que siempre está soleada. Ese día, después de 10 minutos por la carretera, por fin llegamos.
Bajamos y colocamos las maletas sobre un césped fresco. El césped está rodeado de palmeras, así que teníamos sombra, pero, por supuesto, teníamos que evitar los lugares donde los cocos estaban justo encima de nosotros. Mi madre anfitriona me llevó por la zona. A la izquierda, estaba Dominicalito. Y frente a nosotros, estaban las rocas que dominan el océano Pacífico. Ese día fue un ciclo de la misma rutina: Leía y, cuando tenía demasiado calor, me iba a la piscina de agua y, literalmente, me quedaba flotando. Luego, volvía a mi esquina, escuchaba música, meditaba, comía o leía un poco más y repetía. Me encanta cuando las olas no son fuertes porque no tengo que preocuparme sobre ahogarme. Una vez más, lo mejor fue que no había prácticamente nadie aparte de nosotras tres. Algunas personas pasaron junto a nosotros desde Dominicalito, pero eso fue todo.
Aún pienso en la belleza del silencio en la naturaleza de aquel día. Cierro los ojos, oigo el agua salada deslizarse lentamente por las grandes piedras. Crece y desaparece. Siento la ligera brisa rozar mi piel. Oigo desde lejos a los hermanos corriendo y jugando. Encuentro con mis ojos los brillantes rayos de sol rojo anaranjado. Veo las mareas altas chocar con las enormes rocas. Miro a los cangrejos que se entrometen entre las pequeñas piedras. Miro fijamente el cielo azul despejado pensando en que no quiero irme nunca de este lugar. Pienso en los escalones de mi vida y en cómo he acabé en esta impresionante playa.
Ya eran las 4:30, así que volví al césped y disfruté de un snack. Llevé un pequeño parlante y caminé hasta donde estaban las rocas. Me puse a escuchar mi playlist mientras disfrutaba del paisaje marino que tenía delante. Media hora después, la amiga de mi mamá anfitriona y ella me acompañaron a ver la puesta de sol. Nunca había visto un atardecer con tanta paz y silencio.
En casa, nunca había tenido oportunidades así por muchas razones. Aquel día me enseñó que lo más sencillo de la vida es lo que más felicidad me da. Necesitamos alejarnos regularmente de todo el desorden que nos impide vivir el momento.
—Alicia