A Day in the Life of an Intern in Ecuador
I wake to the sounds of dogs howling and car alarms blaring. Here in Ecuador, the car alarms have not one sound but five sounds all in one alarm, a comedic occurrence to us. I walk to my window and open the blinds hoping to find sunlight. Some mornings I do and others it is misty with clouds. AMIGOS was not wrong when they told us the weather changes a lot in one day. Coming from Colorado where it will be 80 degrees one day and snow the next I thought I was prepared. Little did I know that I would be constantly putting on and taking off layers. I stuff my rain jacket into my backpack along with a ripe pear. I walk into the lively kitchen to make breakfast where the rest of my family greets me with a kiss on my cheek, the very common greeting here. I sip Jamaica (hibiscus) tea while eating eggs and bread. I put the delicious meal that my host mom made me for lunch into my backpack and head out of the house towards the Tranvia station, the Cuenca version of a subway or metro. I take the Tranvia for about 20 minutes until I reach my internship. I walk into the office of AgroAzuay and am immediately surrounded by smiles and laughter.
I sit down wondering where we are going to go today. After a while, my supervisor, co-worker, and I get into the car and start driving up into the mountains. Vast lush farms fill the window and I look out with a mesmerized face. We finally reach our destination when we pull into a small local farm filled with cows, goats, chickens, and much more. I meet the owner and am given a tour of the farm and the process that they use. My supervisor watches me as I smile throughout the whole process. Excitement fills my body when I see baby goats and I’m encouraged to pet and feed them pieces of hay. Next, I’m brought to a building and handed a pair of rubber boots to put on. After putting a hair net on, I follow the owner into a cold wet room where cheese, goat milk, and yogurt are being made. He asks me if I want to help and when I respond enthusiastically, he hands me a metal spoon half the size of me. He instructs me on how to mix the soon-to-be “queso fresco”. Afterwards, he takes me to a huge refrigerator where yogurt is thickening. I try lemon-flavored yogurt which tastes like freshly made key lime pie. I thank the owner and we move out of the production building and into the kitchen. We sit down at the table and he brings out at least 5 types of cheeses to try with crackers. So present in the moment we forget to keep track of time. When I get home I am again greeted with a warm welcome and the smell of freshly squeezed juice, a must-have at every meal in Cuenca.
After discussing our days, my host family (my older sister, younger brother, mom, and dad) and I sit down at the table and eat dinner together. Normally, my brother, mom, and I stay at the table talking about anything and everything that comes up. After a while, my worn-out brain gets tired of speaking in Spanish and I head up to my room. I pull out my journal and write down one thing that made me smile and one thing that I’m proud of that happened that day. These simple things have reminded me why I’m here and why even after a hard day everything is worth the amazing experience that I have had in Cuenca, Ecuador.
Un día en la vida de un pasante en Ecuador
Me despierto con el aullido de los perros y el sonido de las alarmas de los coches. Aquí en Ecuador, las alarmas de los autos no tienen un solo sonido sino cinco sonidos, todo en una sola alarma, lo cual es algo cómico para nosotros. Camino hacia mi ventana y abro las persianas con la esperanza de encontrar la luz del sol, algunas mañanas lo hay y otras hay niebla y nubes. AMIGOS no se equivocó cuando nos dijeron que el clima cambia mucho en un día, viniendo de Colorado, donde un día habrá 80 grados y el siguiente nevará, pensé que estaba preparada, no sabía que me estaría poniendo y quitando capas constantemente. Meto mi impermeable en mi mochila junto con una pera madura, entro a la animada cocina para preparar el desayuno donde el resto de mi familia me saluda con un beso en la mejilla, el saludo muy común aquí, bebo té de Jamaica (hibisco) mientras como huevos y pan. Guardo en mi mochila la deliciosa comida que me preparó mi mamá anfitriona para el almuerzo y salgo de casa hacia la estación de Tranvía, la versión cuencana de un subte o metro.
Tomo el Tranvia durante unos 20 minutos hasta llegar a mis prácticas, entro a la oficina de AgroAzuay e inmediatamente me rodean sonrisas y risas, me siento preguntándome a dónde vamos a ir hoy y después de un rato, mi supervisor, mi compañero de trabajo y yo nos subimos al auto y comenzamos a conducir hacia las montañas, grandes y exuberantes granjas llenan la ventana y miro hacia afuera con cara hipnotizada. Finalmente llegamos a nuestro destino, una pequeña granja local llena de vacas, cabras, gallinas y mucho más. Me reúno con el propietario y me dan un recorrido por la granja y el proceso que utilizan. Mi supervisor me observa mientras sonrío durante todo el proceso. La emoción llena mi cuerpo cuando veo cabritos y me animan a acariciarlos y darles de comer trozos de heno, luego, me llevan a un edificio y me entregan un par de botas de goma para que me las ponga, después de ponerme una redecilla, sigo al dueño a una habitación fría y húmeda donde se elaboran queso, leche de cabra y yogur. Me pregunta si quiero ayudar y cuando respondo con entusiasmo, me entrega una cuchara de metal de la mitad de mi tamaño, me instruye sobre cómo mezclar el futuro “queso fresco”, después me lleva a un frigorífico enorme donde se espesa el yogur, pruebo el yogur con sabor a limón, que sabe a tarta de lima recién hecha, le agradezco al propietario y salimos del edificio de producción hacia la cocina. Cuando llegamos a la cocina nos sentamos a la mesa y saca al menos 5 tipos de quesos para probar con galletas saladas, tan presentes en el momento que nos olvidamos de llevar la cuenta del tiempo.
Al llegar a casa me recibe nuevamente una cálida bienvenida y el olor a jugo recién exprimido, imprescindible en cada comida en Cuenca. Después de hablar sobre nuestros días, mi familia anfitriona (mi hermana mayor, mi hermano menor, mamá y papá) y yo nos sentamos a la mesa y cenamos juntos. Normalmente mi hermano, mi mamá y yo nos quedamos en la mesa hablando de cualquier cosa que surja. Después de un rato, mi cerebro desgastado se cansa de hablar en español y subo a mi habitación, saco mi diario y escribo una cosa que me hizo sonreír y una cosa de la que estoy orgulloso que sucedió ese día. Estas cosas simples me han recordado por qué estoy aquí y por qué incluso después de un día duro todo vale la increíble experiencia que he tenido en Cuenca, Ecuador.